En la prehistoria de Occidente -antes de la escritura alfabética, la Grecia de Homero (Siglo XII antes de Cristo)- todo tenía su espíritu: plantas y animales, vientos, mares, lluvias, como en América precolombina donde la cosecha pacientemente esperada integraba con la cerámica una función mágica tras su uso diario en cocina, vajilla y almacenamiento. Entonces mujeres y hombres se retrataban a sí mismos y a sus animales, en vasijas y silbatos, con cuentas de collar y volantes de huso, en rodillos y pintaderas para estampar el algodón, o pintar sus cuerpos. Igualmente esculpieron en cerámica las enfermedades que padecían, las intervenciones quirúrgicas que practicaban – como la trepanación -, hasta la forma de arrullar a sus niños.
Por eso escribió Pablo Neruda en su Canto General (1968):
A M É R I C A ( 1400 )
“(…) El Hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla…
(…) en la empuñadura
de su arma de cristal humedecida,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre (…)».
Pablo Neruda, Canto General (1968)